Santos para todos
Estos dos nuevos santos, nuestros, venezolanos, supieron en su momento cultivar e irradiar una paz incontestable y una profunda seguridad en el Altísimo.
Cada uno, Madre Carmen y José Gregorio, ella desde la educación religiosa-social, él desde la formación científica-médica, no siguieron un camino de virtud al azar y a toda prisa.
Supieron andar y construir ese camino de bondad, verdad y justicia con arte y buen sentido.
Con arte, porque fueron espléndidos artesanos de esta frase de Jesús: “No se turben; crean en Dios y crean también en mí” (Jn 14, 1).
Con sentido, porque demostraron en sus tareas ordinarias, estudios, trabajos, que la belleza del servicio empieza, prosigue y concluye justamente aquí: Amor a Dios sobre todo y al prójimo como a sí mismo (Mt 22, 37-40). Ilustraron la insistencia del papa León en su encíclica Dilexit te: no se puede amar a Dios sin amar al hermano (cf. 1 Jn 4, 20).
Ellos, humilde y respetuosamente nos enseñaron a no ver el cielo sin saber lo que ven nuestros ojos ni lo que hacen nuestras manos.
De este modo, Madre Carmen y José Gregorio le enseñaron al venezolano que hacer el bien no es colmar alguna improvisación; de serlo aquel no sería sino el resultado de un implacable latigazo.
Cierto, fueron disciplinados, y, sin embargo, no se encogieron de hombros, pues también con buen humor —recordemos al papa Francisco— supieron fraguar el arduo trajín de las responsabilidades.
Ellos, con disciplina en buen humor, enviaban al otro un perfume, no que parecía proceder de Cristo, sino emanado justamente de Él, por el cual hacían apreciable “el misterioso AQUÍ de la Providencia” (Víctor Hugo).
Así, la bondad del Creador también se halla escrita en la alegría de sus criaturas.
El buen Jesús es quien hacía pasar al venezolano pequeño o grande, rico o pobre, por un salón del colegio de Madre Carmen o por el consultorio de José Gregorio.
Ese paso por alguno de esos dos lugares, tan útiles y esenciales a Venezuela, era atendido por quienes su alimento vital consistía en la Eucaristía y la lectura y reflexión de la Sagrada Escritura.
No se decían: más tarde asistimos o más tarde leemos.
Su asiduidad no era a ratos, mucho menos superficial. La inevitable comprensión de esos dos pilares de la vida cristiana con frecuencia fue sentida en ellos como un soplo nuevo: el soplo renovador del Espíritu Santo.
Y como dijo una religiosa con afecto y picardía espiritual: las otras beatas se le habían adelantado a José Gregorio, porque él, como era caballeroso, estaba a la puerta del cielo, quitándose el sombrero y diciéndoles: “Adelante Madre Candelaria, adelante Madre María de San José”.
Y ahora, con la misma cortesía celestial, se le ha visto decir: “Adelante Madre Carmen Rendiles”, pues justamente ha sido canonizado junto a ella, como si la Providencia misma hubiese querido que entraran juntos, como hermanos en la santidad, al gozo eterno.
En fin, Madre Carmen y San Gregorio Hernández Cisneros, junto a todas las enseñanzas dejadas y escritas en libros, referidas en testimonios orales, repasadas sabiamente por la Iglesia y el pueblo venezolano, asimismo con sencilles y tacto religioso y social, subrayan esto: aunque el sufrimiento empieza a cualquier edad, evitemos que ante él la calidad humana de la caridad y la justicia se nos haga arisca.
19-10-2025
Pbro. Dr. Horacio R. Carrero C.
horaraf1976@gmail.com