lunes, octubre 20

Crónica desde el Ávila: Nostra Aetate. El inicio del diálogo interreligioso


Por: Cardenal Baltazar Porras Cardozo…

Entre los documentos del Concilio Vaticano II promulgados en 1965, hace sesenta años, está el que marcó el inicio del diálogo formal y sincero entre la Iglesia Católica y el pueblo judío. Lleva por nombre “Nostra Aetate”, nuestro tiempo, con una postura que rompió con siglos de desconfianza, de condena al antisemitismo y sentó las bases para una nueva relación basada en la comprensión mutua y la fraternidad. Tema de gran actualidad en medio de los conflictos del medio oriente, de la guerra contra el terrorismo de algunos grupos como Hamas, en el que se involucran tanto el pueblo israelita, el palestino y los pueblos musulmanes de los contornos.

La Declaración Nostra Aetate emitida por el Concilio Vaticano II el 28 de octubre de 1965, «sobre las relaciones de la Iglesia con las religiones no cristianas» (n. 4), marca un hito importante en la historia de las relaciones judeo-cristianas. Además, el paso dado por el Concilio encuentra su marco histórico en unas circunstancias profundamente marcadas por el recuerdo de la persecución y la masacre de los judíos que tuvieron lugar en Europa justo antes y durante la Segunda Guerra Mundial.

Surgieron gestos muy significativos desde entonces. La primera visita de un Papa a la sinagoga de Roma. Los viajes a tierra santa de Pablo VI y sus sucesores hasta nuestros días ha sido constante y no siempre bien entendido por algunos. El “reencuentro” con las religiones no cristianas en las que gestos como los del Papa Francisco con los judíos, musulmanes y otras religiones o confesiones en Asia y África están en esa línea como el viaje a Mongolia en la que una de las preocupaciones fundamentales de la sociedad actual tiene que ver con el papel en la vida humana de lo espiritual y lo trascendente, el lugar en ella de la religión y el ansia de inmortalidad y fraternidad tan débil hoy día. Las intervenciones del Papa León XIV en las complejas situaciones que viven sobre todo los pueblos del medio oriente son expresión de una preocupación que va más allá de los fanatismos e intransigencias tan en boga.

“Nostra aetate” se considera un texto fundacional para el diálogo interreligioso moderno y ha dado pie a iniciativas qñue exigen discernimiento, apertura, respeto mutuo y búsqueda de diálogo por encima de soluciones violentas tan a la mano de quienes siembran la intolerancia y pretenden imponer sus sinrazones. La brevedad del texto conciliar es algo positivo pues marca las bases de un diálogo sobre el que no existen preconceptos sino la obligada apertura del corazón para no sentirnos dueños únicos y exclusivos de la verdad.

El diálogo fraterno, la investigación doctrinal, la oración común como medio de encuentro, las posibilidades de la acción social común en la búsqueda de la justicia social y de la paz, el esfuerzo de comprensión y colaboración mutuas, son algunas de las pistas que la sobriedad del documento dejó abiertas y hoy más que nunca requieren de creatividad, paciencia y constancia, camino cierto para la paz y la fraternidad mundial. La senda de la sinodalidad, caminar juntos, no es una llamada exclusiva para los creyentes católicos, sino un llamado urgente al entendimiento de las sociedades, de las religiones con la capacidad que estas tienen de ser semillas de paz y amor. En el Angelus del 14 de septiembre el Papa pide que, con la ayuda de María, cada creyente pueda acoger el amor en medio de las cruces (los sufrimientos y diferencias) y hacerlo vida concreta: “que también nosotros sepamos donarnos los unos a los otros, como Él se ha donado enteramente a todos”. Es la tarea pendiente.

52-25 (3686) 21-10-25



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